Eva Quiroga Garrido - Maestra Reiki Tradicional

JUZGAR POR JUZGAR

Se ha convertido en una práctica común hablar de los demás, inclusive aunque se tenga muy poca base y no se haya contrastado los escasos argumentos. Se emiten juicios de valor sólo por simples sospechas o por comentarios aislados, generalmente concebidos por personas rencorosas que se sienten aliviadas hablando mal de otros.
La maledicencia y el ataque a la fama o al honor son propios de sociedades poco evolucionadas.
Y es que la libertad es algo difícil de asimilar y hay tantas interpretaciones como seres humanos sobre la Tierra.
Algunos entienden la libertad como el poder hacer lo que les venga en gana, otros como ser autosuficientes, otros como romper con

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todo y con todos, etc. Pero esos impulsos también pueden considerarse libertinaje, egocentrismo, egoísmo...
Porque libertad no tiene que ver con aislamiento o separación, con ruptura o manifestaciones de fuerza y poder. Libertad es simplemente ese estado que nos permite elegir el bien siguiendo los impulsos internos y haciendo uso de todas nuestras capacidades.

Y aquí cuando hablamos de bien usamos una palabra que está por encima de conceptos morales o éticos ya que nos referimos a lo correcto, lo adecuado, lo necesario para que el Ser aprenda, algo que tiene lugar siempre. Y nos referimos
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también a que las consecuencias de esa elección respondan al impulso de crecimiento y evolución positiva que vibra en este universo.

Por otro lado, se habla mucho de la libertad de expresión -una conquista reciente del ser humano- pero cuando uno analiza los canales por los que nos llega la información se pregunta si no estaremos favoreciendo la falta de ética que nos hace ocuparnos más de la vida de los demás que de la propia, si no será un mecanismo de escape visto el tremendo éxito que tienen los programas en los que se sacan a relucir la vida y milagros de diferentes personajes de la vida pública de nuestra sociedad.
¿Será que mientras nos ocupamos de hablar

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de los otros no nos queda tiempo para mirarnos a nosotros mismos? ¿Descargamos en los demás nuestras frustraciones? ¿Hablamos de las carencias de éste o aquél para no afrontar las propias? ¿Nos escondemos en la broma y en sacarle punta a historias ajenas para no asumir nuestras incapacidades?

Muchos libros de crecimiento personal nos hablan de la necesidad del no juicio, del peligro que conllevan los prejuicios, las envidias, las habladurías sin fundamento, de la importancia de cortar la cadena en un punto para no seguir agrandando la bola. Porque llega un momento que ya no se sabe dónde se generó el rumor.
Cada persona por la que pasa va añadiendo algo de su propia cosecha y el mensaje

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original se ha convertido en algo irreconocible.  
Deberíamos comprender que somos responsables de nuestros pensamientos y, por supuesto, de nuestros comentarios. La palabra tiene una fuerza tal que está ligada al origen mismo de la creación: el Verbo, la palabra como fuerza creadora.

Todas las tradiciones nos hablan de ello.
Ken Wilber –filósofo de nuestro tiempo y precursor de la Psicología Transpersonal- nos habla del poder que ejerce el hombre al "poner nombre" a las cosas y lo relaciona con un acto de creación que le da fuerza y seguridad porque selecciona y separa el mundo en pequeñas piezas que se le antojan más manejables.
Creyéndonos "pequeños dioses", los

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hombres y mujeres de las mal llamadas "sociedades civilizadas" hacemos uso de ese poder creador para encumbrar o hundir a nuestros semejantes.
Hubo un tiempo -muy bien reflejado en la Literatura- en que el honor, la fama y la honra eran los bienes más preciados de la persona y su pérdida se consideraba irrecuperable.

En un mundo en el que todo se puede comprar o vender y donde el consumismo está muy bien alentado a través de los medios de comunicación, hablar del daño a la imagen sólo es noticia si genera un sinfín de intervenciones de los implicados en las que se acusan y se defienden mutuamente.

Lo cual genera unos interesantes beneficios
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económicos para el medio televisivo o prensa escrita en cuestión,  al aumentar los índices de audiencia o lectores.
Se prima lo estrafalario, la mediocridad, la falta de valores... y los modelos que se ofrecen a los jóvenes sólo son estereotipos en formas de vestir o de peinarse; pero nunca se habla de su "contenido".

Y es que hoy opinar se ha convertido en: sentenciar.
Dialogar en: derrotar.
Convencer en: aplastar al contrario con nuestros argumentos.

La prueba clara la tenemos en los debates que podemos ver y oír en los medios de comunicación, donde cuando la dialéctica y
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los argumentos se acaban se recurre a los ataques personales, donde no se favorece la concordia y la síntesis sino el enfrentamiento morboso.

En un tiempo pasado alguien defendía una idea (tesis), otro se oponía (antítesis), y de la confrontación de ambas ideas surgía generalmente una síntesis que se convertía en una nueva tesis... y así sucesivamente.
Esto generaba, una mayor riqueza de las ideas, un descubrimiento de las ventajas de alimentarlas con otras aportaciones que las hicieran crecer y consolidarse. Ese era el objetivo de los antiguos filósofos.

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Pero para realizar este inteligente juego   es preciso callarse en algún momento y escuchar al otro.
Y no me refiero sólo a guardar silencio sino a acostumbrar a nuestra mente a mantener una actitud receptiva y abierta. Dejando que las ideas lleguen y se puedan mezclar y contrastar con las que bullen en nuestro interior e, incluso, complementarlas.

Recuperar la magia de la conversación. Contrastar ideas para compartir y crecer junto al otro.

Aprender recorriendo juntos el camino.
Y es que todo lo que nos rodea en este mundo está enfocado a la competitividad y
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creemos que hay que ganar a toda costa a los que están al lado porque así se nos tiene en cuenta. Porque así ganamos confianza en nosotros mismos, porque así obtenemos resultados, victorias que se van acumulando en nuestro curriculum.

Se premia a los ganadores, a los que van pisando fuerte y llevan adelante sus ideas a costa de lo que sea y de quien sea. La opinión da poder, no cabe duda. Cuando el ser humano opina ejerce su poder, diferencia, separa, sentencia...

Cuando uno observa que se ha equivocado de dirección es interesante retroceder unos cuantos pasos y reemprender la marcha corrigiendo el rumbo.
Si creemos de verdad que el ser humano se

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diferencia del resto de la creación por su capacidad de amar tendremos que asumir que ese amor incondicional que anhelamos está exento de prejuicios, de envidias, de celos y de habladurías sin fundamento.
Y que incluso aunque lo tuvieran, el hecho de hablar de ello implica ya una falta de amor y de ética hacia los demás y hacia nosotros mismos.

Uno es dueño de lo que calla y esclavo de lo que habla.

Sigmund Freud - Médico checoslovaco

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