Nunca en el mundo moderno ha habido tantos enfermos como ahora; jamás se han consumido tantos medicamentos y a pesar de que nunca tanta legión de médicos se dedicó a curar, sus consultas y ambulatorios están siempre llenos. Estar enfermo es lo normal hoy en día y muchas personas se preguntan: ¿es kármico lo que tengo? Si lo es, ¿cuándo acabaré de pagar?
Vamos a dedicar hoy unos comentarios a la enfermedad y a su génesis.
Desde el punto de vista espiritual, hay dos tipos de enfermedades: las estructurales y las funcionales.
Es decir, las que corresponden a lesiones
orgánicas o a vicios de construcción de las distintas partes que componen el cuerpo, y las que son debidas un mal funcionamiento de la maquinaria interior. Las primeras son kármicas; las segundas no.
Ya se ha dicho que los vicios morales de una vida producen en la siguiente vida defectos orgánicos. Así, negar la evidencia conduce a la ceguera; la insensibilidad y la indiferencia ante el prójimo propician la sordera; el exceso de protagonismo y el acaparar puestos en la sociedad propician otros males, etc. Esos males son estructurales y pueden durar toda la vida o sólo unos años, según el tiempo que necesite el individuo para tomar conciencia del defecto que lo ha producido y erradicarlo de su horizonte humano.
Pero los males debidos al mal funcionamiento de la maquinaria orgánica son producto de la actual vida y podemos curárnoslos nosotros mismos rectificando nuestros errores. Entre esos males cabe apuntar, en primerísimo lugar, los de tipo nervioso. La neurosis, la sicopatía, los complejos, la histeria, etc. son debidas a la no utilización de fuerzas que Dios ha puesto a nuestra disposición para edificar el universo.
En efecto, el Creador ha delegado en cada uno de nosotros parte de sus poderes para que le ayudemos a construir su mundo. Esas fuerzas actúan, en primer lugar, sobre nuestro Cuerpo Mental, dándole energías para que produzca pensamientos creadores, para que imagine y transforme el mundo con su actividad realizadora. Si esas fuerzas no consiguen que el intelecto se mueva;
si nuestra mente está anclada en los lugares comunes, manejando ideas ya digeridas, viejas, convertidas en axiomas, en prejuicios, entonces descienden a nuestro Cuerpo de Deseos, impulsándolo a la acción, a sobrepasar la norma y desear más de lo que la moral permite.
Si los Deseos consumen las energías destinadas a la Mente, cabe esperar de la persona actuaciones inmorales, antisociales, erróneas; pero le aportarán experiencias con las que enriquecer el alma.
Es cuando las energías creadoras no han conseguido mover ni el intelecto ni los deseos, que descienden al cuerpo físico, perturbando su funcionamiento y
produciendo la enfermedad, una enfermedad que sería debida a la incapacidad del individuo de responder mental o emotivamente a las solicitaciones cósmicas.
¿Qué hacer entonces para recuperar la salud?
Una persona preguntó, si podría librarse de su angustia practicando deportes. Evidentemente, la práctica del deporte es una manera de expulsar esas
energías no utilizadas que parasitan nuestro organismo, de modo que mediante los ejercicios deportivos se puede curar una histeria. Pero no deja de ser triste que unas fuerzas que nos han sido dadas para aportar a nuestros hermanos la sabiduría, el orden celestial, la ternura, la bondad, el
amor, tengamos que utilizarlas andando en bicicleta y a veces ni siquiera en una de verdad sino en esas estáticas, de salón, que emplea mucha gente para mantenerse en forma, con un cuenta kilómetros incorporado para contar la distancia que han recorrido... en el gimnasio.
Así vemos que el deporte es una válvula de escape para sacar las energías que no fueron utilizadas en estadios superiores, y así tenemos que cuanto más materialista es una sociedad, más grandes son sus hazañas deportivas.
Se ha bromeado a menudo diciendo que los hombres con mucho músculo tienen poca cabeza y la verdad es que el músculo excesivo está fabricado con las fuerzas que debían construir el pensamiento y el sentimiento y no lo hicieron.
Las enfermedades nerviosas parecen reservadas exclusivamente a las élites, no las económicas, sino las humanas. Se explica fácilmente el porqué esto sea así, ya que se trata de personas que disponen de un superávit energético, es decir, que llevan dentro una mayor ración de Dios. No se trata de un regalo de la providencia, sino del resultado de sus actuaciones anteriores. Por los servicios prestados al Creador, el Creador los ha provisto de un “plus” energético.
Pero he aquí que la rutina de la vida los absorbe y acaban quitándose de encima sus fermentos creadores, convirtiéndose en plusmarca olímpica.
Tratemos pues de estar a la altura de la misión que Dios ha confiado a cada uno de nosotros, porque si no lo estamos, si convertimos en gimnasia lo que debían haber sido pensamientos sublimes, estaremos torpedeando de algún modo la obra divina.
A veces la acción espiritual no consiste en hacer o deshacer, sino tan solo en comprender y en experimentar unos grandes deseos de ser útiles. La comprensión y el deseo de servicio harán de nosotros material disponible para la sublime
obra y entonces no tardará en aparecer el Instructor que nos señalará una misión.
Todos los que están enfermos de los nervios, los que sufren angustia y depresión deben saber que las señales que despide su organismo se deben a que se están desinteresando de su misión esencial. Un trabajo humano les ha sido asignado y no lo están haciendo. No se trata de ponerse a trabajar en una oficina o de poner un puesto de frutas en el mercado, sino de participar ampliamente en los grandes debates de la sociedad y de señalar a los demás la vía de la perfección.
Hagamos lo que Dios nos ha llamado a hacer y no nos faltará salud.
Las fuerzas mentales inteligentes desarrolladas y coordinadas son las bases del carácter y la salud. Es doblemente Sabio quien a un tiempo sabe cuidar de la educación del cuerpo y del espíritu. La vida es un fenómeno cósmico, universal y absoluto, cuyo misterio nunca será revelado al ser terrestre, dada su relatividad e incomprensión para las causas que no tienen analogía con las del mundo. Quien se adapte a los preceptos y leyes naturales vivirá una vida sana y sencilla, agradable, buena, completamente moral; porque ello ennoblece, dignifica y eleva.
SCHAUVINHOLD